Amor diluvial

Cada vez que llueve mi piel se excita con los recuerdos. Mi mente organiza una serie de anécdotas que afloran esa pasión que siempre guardo en ese cofre secreto. Allá, sí, en una bodeguita del corazón, al ladito el ventrículo izquierdo... y es que tiene que ser el izquierdo porque el derecho es el correcto y vos, mi sol, no sos más que una ilusión pérdida.

Cada que llueve, las pocas estrellas que se empapan de lluvia, esas que brillan, me recuerdan las ilusiones que tuve. Cada que escampa, esa estrella fugaz me recuerda un nuevo inicio, pero... lamentablemente, no deja de ser estrella.

Cada que llueve anhelo el calor de tu abrazo, de un pequeño paseo en la madrugada... sí, de esos en pijama, ambientados con una hermosa sinfonía de grillos y con alguno que otro marihuanero igual de loco a nuestro querer. 

Cada que llueve fumo un cigarrillo para perderme en el blanco humo que adorna la oscuridad y que me lleva hasta a ti. Un vicio que llama a otro y que como tal me hace reincidir en tus ojos, en tu olor, en tu esencia, en tu alma. Es cierto que sufro de abstinencia, cada que deja de llover.

Cada que llueve soy tuya, entera, sin miedo, ni riesgos. Me mojo en las tinieblas para renacer en vos; para darte la eternidad en un fragmento de cambio meteorológico; para entregarme y que te entregues a lo que realmente importa de nuestro amor: el amor.

Cada que llueve vuelvo a ganar el respeto que te he perdido. Parece que las gotas expiaran nuestras culpas, nos exhortaran al sueño infinito del romance, a no morir de amor, sino a vivir en la plenitud del mismo.

Cada que llueve me desnudo. Mis senos se ponen rígidos, mi piel se escama, mi sudor desaparece y mi cabello se alisa, aún más, para dirigirme a ti con todo lo que soy, con lo que nací, con lo que la madre tierra me otorgó; para perderme, para adorarte, para espolvorear el momento de ligeros orgasmos físicos y mentales. Orgasmos de energía, esos que se conectan con el hilo rojo que te encuentra en aquella celestina, la lluvia.

Cada que llueve agarro papel y lápiz y una taza de café y me doy a las letras cual rodeo incesante de pensamientos salvajes, y entre ellos, ubico el más tranquilo, vos. Cada que escucho retumbar una gota compuesta de dos átomos de oxígeno y uno de hidrógeno, recuerdo lo infinitamente perfecto que es la vida y me convenzo de que conocerte no fue al azar, tampoco una bienaventuranza, pero sí el hecho más afortunado en una serie de experiencias tediosas, aburridoras y faltas de emoción.

Porque vos sos mi lluvia y la frescura de la imaginación... esa que vuela al contacto con tu boca; la que te imagina al lado mío, la que me brinda la malicia para descubrir el amor sin heridas. Vos y vos, que cuando deja de llover desaparecés, y así como la lluvia, te evaporás para volver en el preciso instante en el que más te necesito.

Cada vez que llueve me enamoro, pero eso sí, te advierto aunque ya lo sepas: me desenamoro cada que deja de llover. Así como sé que te amo, también sé que sos temporal. Un estado onírico perfecto, eterno en el momento, recordable en el ayer e inviable en la realidad. 

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