Azulado
Vagaba en lo alto de la nube un globo de color rojo, lamentaba entre corrientes de algodón haberse perdido de su humano.
Su cuerpo redondito viajaba sin cesar noche y día. A veces se anclaba en alguna nube y sentía la tranquilidad y el silencio del cielo raso, pero se sentía solo, estaba solo.
Las nubes eran antipáticas, vivían tan alejadas de todo que se habían forjado un ego territorial impresionante. Algunas eran amables y lo dejaban reposar en su suave cuerpo, pero otras se hinchaban al verlo acercarse y soplaban bocanadas de aire que hacían enfurecer al pequeño globo. Incluso, había recibido baldados de lluvia cuando las más radicales se agigantaban en fuertes rayos e iniciaban una gran tormenta… y, aunque había escapado de todos los contratiempos, aún vagaba, sólo con una cuerda atada a su cuerpo, que le pesaba, no por gramos si no porque quería amarrarla en algún lado. Quería pertenecer, quería sentirse adorado.
Los días pasaron y el globito seguía meditando. Su cuerpo maltratado por los cambios climáticos había perdido consistencia. Ya nada le emocionaba. Los pájaros, que al principio eran su único entretenimiento, se habían vuelto peligrosos. Ya había escapado de algunos intentos de picotazos.
Llegó a una altura que jamás pensó alcanzar. Rozó el límite entre el cielo blanco y el espacio denso de la oscuridad. Un paso más y sería extraterrestre del mundo y podría habitar el hogar de los astros del universo. Al tener este pensamiento, voló por su cabeza un hermoso cuerpo celeste… era una estrella fugaz.
No se igualaba a cómo la describían en la superficie terrícola; era amarilla y dejaba a su paso una estela de colores de neón, y surcaba el cielo a manera de baile, dando grandes zancadas al espacio para volver a ese límite.
Y entonces… ambos se encontraron en la línea divisoria. El globo en el lado claro y ella en el oscuro. No hubo necesidad de hablar para entender que su final estaba previsto si alguno se atrevía a cruzar aquella división. Se miraron con asombro, analizando ese nuevo encuentro. Él, tan frágil, lleno de aire y ella, tan poderosa, llena de plasma. Ella lo miro a los ojos y adivino su soledad y él con esa mirada le suplico que lo sacara de la misma.
-¿Sabes por qué los humanos me buscan? -rompió el silencio la estrella fugaz.
-No -respondió temeroso el globo que hace rato no escuchaba su propia voz.
-Porque puedo cumplir deseos… -expresó a medida que alzaba el vuelo en el velo nocturno dejando a manera de polvo de hadas un centelleo de partículas.
El pequeño globito, de nuevo, se quedó solo.
**
No sabía qué rumbo tomar. Estaba inerte. En ese punto el aire no lo podía empujar al cosmos pero tampoco lo dejaba descender; ambas opciones desembocaban en la muerte. Agacho la mirada en señal de resignación y espero… y espero y espero.
Pasaron dos días y el globo seguía allí. ¡Y sucedió! Su cuerpo empezó a desinflarse. El helio que llevaba dentro se le escapaba por ósmosis a través de las paredes de látex desgastadas por el tiempo de vida.
Aceptó la muerte y abrazó su destino. Sabía que en algún momento se haría más y más pequeño, y como una vida humana al revés, terminaría convertido en su nacimiento. Aunque conservaría su cuerpo, sabía que el aire se le estaba escapando, y no era sólo oxígeno o dióxido de carbono, era él, era su alma. Se reafirmó en la providencia y quiso contemplar por última vez el mundo.
El cielo ya no le pareció tan aburrido, lo encontró solemne. Incluso, las nubes que tanto lo molestaban se lamentaban del porvenir de ese globo rojo. Como él, habían visto mucho otros, de todos los colores, sucumbir en el firmamento. Y como muerte anunciada, el cielo se vistió de rojo, naranja y violeta. El atardecer se imponía entre las nubes esponjosas y los pájaros volaban en formaciones que simulaban un desfile fúnebre, y entonces… se sintió satisfecho, tranquilo y plácido. Abrió mucho más las esferas que tenía por ojos mientras sentía el envejecimiento del momento y la conservación de los recuerdos que posteriormente se esparcirían en ese mismo cielo, y ya no tuvo la sensación resignación, ésta le dio paso a un gesto de bienvenida.
***
Estaba a punto de ayudarse en su fusión con el cielo cuando la vio…
De hilo a unos metros estaba un cuerpo redondo de color azul. Era un globo con alma de helio igual que él. Era un globo que descendía a su encuentro como un ángel a la mitad de un sueño. Se preguntó si era una jugarreta del momento, del cansancio de su visión, del destino… pero no, ahí estaba, azul turquesa, con algunas arrugas en el látex y lo miraba con igual sorpresa.
Tampoco fue necesario cruzar palabra. Ambos sabían que iban a morir y ambos sabían que ese encuentro no había sido casual. Era una señal del mundo, un regalo, el regalo de la compañía y del amor. Chocaron y rebotaron suavemente y el hilo del globo azul se enredó en el del globo rojo. No despegaron la mirada y la sonrisa permaneció, incluso, después de la muerte.
En el final de su corta vida bailaron ‘The Moon Song’. Giraban a medida que se les escapaba el aliento, y, aunque esa noche se quedaron sin aire literalmente, llegaron a tierra entrelazados. Parecían de esos globos amarrados desde antes, inflados en pareja. En esta excepción, nadie lo sospechó y nunca tuvieron un testigo. Todo fue obra de una energía mayor que ellos: una hechicera preciosa de polvo estelar había jugado sus cartas para que aquellos globos no murieran sin haber probado el dulce y apacible sabor de sentirse enamorados, de morir de amor, de verse violeta y de suspirar por última vez… para siempre.
Las nubes cantaron y los pájaros silbaron el anochecer guiando sus almas que se elevaron como una sola hacia la luna; satélite redentor de los enamorados, de aquellos espíritus que sus bellas vigías, las hadas, le hacían llegar a través de su polvo de estrellas.
“We're lying on the moon
It's a perfect afternoon
Your shadow follows me all day
Making sure that I'm
Okay and we're a million miles away”.
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