La rebelión del silencio

Estando sentado el silencio se puso a meditar, tan callado él. A pesar de su omnipresencia se sentía el ser más solitario del mundo. Él, que siempre había acompañado las plegarias, los monólogos, los secretos, la consciencia, hasta el cine en sus inicios; sólo él sabía que pesaba más que el sonido, que era más denso que la música, más profundo que el mar, más sigiloso que un ratoncito, y que sólo en él los árboles hablaban, el viento susurraba y el ser humano meditaba. Entonces pensó vagamente en que no era tan silencioso, a veces alteraba su frecuencia y ensordecía a los hombres, los cuales no podían estar a solas, terminaban desesperados, a veces, cuando se enojaba, se convertía en la peor pesadilla de cualquier cosa consciente, el solo hecho de su presencia enfrentaba a cualquiera consigo mismo, a manera de espejo, pero era él y sólo él, quien exploraba los sentidos, quien invadía el cuerpo, el cerebro, las neuronas, era él, quien sin controlarlo causaba suicidios y por eso el ser humano escapaba de él, inventaba canciones, melodías, sinfonías, hablaba por hablar, sólo para llenar el vacío.

Entonces, un día, él sin poder enfrentarse a nadie, sin tener conciencia de sí mismo, de su existencia, decidió hacerse visible. Comenzó por su cuerpo, dejó entrever su interior y poco a poco y a manera de una espesa neblina, se hizo visible en un color magenta que invadió el espacio. Lentamente se escurrían en la naturaleza los más oscuros secretos, los pensamientos más recónditos y los actos más repudiantes; esas cosas que se quieren olvidar y que intentan ocultar en lo más profundo de la tierra. Los humanos al ver tal acontecimiento supieron con horror que su alma estaba al desnudo, que todo esa masa amorfa subconciencial salía a flote y los dejaba débiles ante el cosmos, la esencia los invadía y sus pesadillas se hacían realidad; estaban tan vivas como ellos, tan ardientes que el calor se sentía en las venas y las arterías, y el corazón parecía quemarse siendo tan insoportable que cada uno, presa de su desesperación, fue cayendo en el vacío del desdén, del repudio, del odio hacia sí mismos. 

Unos se suicidaron, otros incapaces, pidieron a teceros ser sus verdugos. En efecto, la neblina acabo con todos. Sin necesidad de ser un veneno se volvió tan penetrable y a la vez tan impenetrable que nadie lo soporto y en menos de un día, súbitamente, la humanidad dejo de existir, dejando al silencio, a él, de nuevo en soledad, reinando todo sin individuos que le enfrentarán con su destierro, como lo había supuesto, con hastiada satisfacción, cómo el perfecto lacayo de la muerte que en realidad era.

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