Cavilaciones sobre el amor

-No estoy preparada para perder nuevamente a una persona- respondí sin vacilar y con la entera convicción de quien ha vivido tantas guerras internas y conoce de cerca el sufrimiento pasional y la muerte de las emociones más profundas.
-¿por qué dices eso?, yo estaré contigo para siempre, eso te lo puedo asegurar- respondió él con una voz inocente.

-¡Claro que no! Te iras al igual que los demás cuando descubras que no todo en mí es color de rosa, cuando mi neurosis y mis manías asomen… y eso sumado a mi inseguridad, hará que corras en menos de lo que canta un gallo y aquí me quedaré sola de nuevo. Es por ello que prefiero avisar antes, así cuando suceda no me pueden reprochar de que no había advertido.

-Por Favor, debes tener fe, no toda tu vida puede, ni debe ser de esa manera, tienes que dejar de huir… -

-No es eso- interrumpí exaltadamente, mi rostro ejercía presión sobre las mejillas y el rojo suavemente envolvía cada una de mis expresiones- me agradas, demasiado diría yo, pero no puedo pensar en que algún día terminaría, prefiero que estés allí, que nos frecuentemos cuando queramos, que seamos libres, que no me amarres ¡me da miedo perderte!, me da miedo enfrentarme a una nueva ruptura. Las parejas tarde o temprano tienen un final y no necesariamente es un final tangible, hay quienes mueren en medio de su relación, se quedan a medio camino, envueltos por la costumbre y el miedo a liberarse… las parejas y el amor perecen… prefiero tenerte de amigo, así el tiempo decidirá cuándo debemos estar y al final, cuando todo termine irremediablemente, tendremos una salvación, podremos seguir amándonos desde un plano amistoso, sin necesidad de peleas, rupturas…- tomé aire, y con tristeza continúe -las típicas preguntas: ¿por qué cambiaste?, ¿qué te ha pasado?, tú no eras así, no te reconozco y al carajo todo, así siempre será y ¿por qué no huirle? No me pueden tildar de insensata por querer arreglar el mundo mediando una felicidad construida idealmente- puntualice con una mirada retadora y una sonrisa sarcástica, como quien siente satisfacción por haber convertido un montón de excusas en algo coherente.

Él, boquiabierto y de pie, frente a mí, me miro con cara de estupefacción, no concebía palabra para refutar. Sabía perfectamente que cualquier contrargumento sería tomado con necedad y que sus intentos de mostrarme ese color rosa del amor (que en mi era más bien un gris), las ventajas y la dulzura del envejecimiento en pareja, iban a ser en vano. Así que resignado arregló el sombrero que venía apretando nerviosamente desde hacía un buen rato, lo limpio, se lo puso, - te amo, pero para amar locamente hay que saltar en el vacío y ya vi que jamás darás ese paso conmigo.- fue lo último que escuche de él.

Me quede inmóvil, con mí vestido siempre azul y mi listón blanco, ese azul que más que una tela hacia que me perdiera en la inmensidad de mis pensamientos, deseando naufragar en ellos para no enfrentarlos más.

Mientras lo veía marcharse, su mirada de decepción era desalentadora y me calaba un poco el sentimiento de culpa, pero era más significativa la sensación de alivio que llegaba con cada bocanada de aire. Siempre era así, solo esperaba a que se fueran, no quería más amores en mi vida, y ninguno de ellos entendía, ni aceptaba ese tipo de argumentos.

Resultaba fácil, sin necesidad de lastimarlos ellos huían por su cuenta, aterrorizados por una frialdad calculada producto de años de pasión encerrada y reprimida, pues al fin de cuentas, él que tenía la llave de esa enmohecida cerradura se había ido hacía muchos años, me había decepcionado, no por mal compañero, sino por incompatibilidades que ninguno de los dos vio venir, - y creen que el amor es solo atracción – pensaba para mí misma, pero sabía que la rabia que tenía era insuperable, ese deseo de amar con locura y constatar en el otro una vida de felicidad se había desgastado con los años, hasta que un día pocas palabras bastaron para concebir la separación. Sentía, que buena parte de mi forma de querer se había ido con él, como buena viuda, había jurado perecer sin ilusión hasta la muerte, hasta que los gusanitos carcomieran mi corazón herido, era un pacto suicida, había matado la esperanza, y era sin duda mi voto más fiel en vida.

Muchos años después, ya con bastantes veranos encima, tocarían una última vez mi puerta, con un poco de cojera y la ceguera que afectaban esos ojos marrones y tristes con el peso de parpados repletos de ironías, entreabrí la puerta y sonreí, era una sensación cálida, de pie ante mí se presentaba un caballero joven y de buen vestir, con ojos negros color azabache y un exquisito olor, me extendía la mano, parecía una invitación. Entonces, movida por una curiosidad y una polilla proveniente de los intestinos, le extendí la mano y entendí que era una cita, la última. Estaba en la presencia de mi más fiel pretendiente, me tomó del brazo sin vacilar, haciéndome sentir como una dama nuevamente mientras endulzaba mi memoria con la imagen y belleza de su figura esbelta y su porte angelical de décadas menores.

Parecíamos danzar en el asfalto, al ritmo del vigor de años pasados, con una sonata de verdades y mentiras y un compás de cosas materiales que se iban quedando atrás, el ambiente se tornó nostálgico, de esa nostalgia agridulce y plena, estaba tan entretenida, sintiéndome joven de nuevo y capaz de cualquier cosa, que jamás me di cuenta del cuerpo humano e inerte que dejaba desplomado en la cornisa, mientras mi alma bailaba y se regocijaba, dando un último salto al vacío, pero esta vez con la muerte.

Comentarios

  1. Me gusto mucho y me identifique aun mas!

    Gracias!

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  2. Tienes una particular forma de retratar momentos...a veces difusa pero con el hilo en la mano, con la idea enfrente.

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