Lo que nunca fue
Él caminaba impasiblemente sobre la acera. Ella deslizaba sus pasos a través de aquellas escaleras. Él acababa de salir de su aburrido trabajo, pensando en la monotonía del día a día. Ella meditaba acerca de su vida, de las compras del día anterior, del vestido nuevo colgado en su armario y de la promoción de lencería de la esquina. Él de pelo castaño y ojos oscuros, sacaba un cigarrillo mientras sostenía un paraguas en la mano derecha; ella evitaba las miradas, mientras sacaba un monedero de su pequeña cartera. Sus ojos azules y su cabello rubio ondeaban al ritmo de la ventisca, y sus manos vestidas con guantes de seda se abalanzaban sobre unas cuantas monedas .
Las gotas de lluvia comenzaron a caer y ambos buscando resguardo, aumentaron sus pasos, casi corriendo, pisando levemente algunos charcos, mojando las puntas de su fino calzado, sin rumbo, sin destino, solo con un leve latido, que con un fuerte vacío, indeciso, anunciaba un acontecimiento desconocido, un suceso extraño y una paradoja inexplicable.
Prontamente, sus cuerpos se encontraron de frente sobre las baldosas de esa misteriosa calle, empapada por la nostálgica lluvia, que buscaba esperanzada concretar un milagro.
De frente y sin pensarlo él caminó lentamente hacía ella y ella con astucia sostuvo la mirada al horizonte, su corto vestido, algo escotado, sensual ante los caballeros, suscitante de envida ante las damas, hacía ver sus caderas curvilíneas y provocativas. Él, por el contrario, con una barba de algunos días, una gabardina larga y negra, se robaba mil suspiros de solteronas empedernidas que buscaban en un piropo, una salvación a su amargada vida.
Finalmente, los dos personajes a unos cuantos metros se detuvieron, se miraron fijamente, sin interés, virando simultáneamente hacía una pequeña tienda, donde él, con algunos billetes compró unos cuantos abarrotes, mientras ella pedía media de Mustang con las monedas que había reunido.
Se miraron de nuevo y sonrieron, tropezando tontamente al iniciar la partida. Ambos se disculparon, retomando las miradas y con una mueca de cortesía, salieron, cada uno por su lado, sin saber, que en aquél momento preciso, habían encontrado al amor de su vida, y que en un abrir y cerrar de ojos, el mismo, no siendo raro, había escapado...
Se miraron de nuevo y sonrieron, tropezando tontamente al iniciar la partida. Ambos se disculparon, retomando las miradas y con una mueca de cortesía, salieron, cada uno por su lado, sin saber, que en aquél momento preciso, habían encontrado al amor de su vida, y que en un abrir y cerrar de ojos, el mismo, no siendo raro, había escapado...
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