Muñeca rota

Y ese 'crack' apareció sin previo aviso. Al buscar el origen del sonido, ese que uno sabe que se presenta cuando algo se rompe, no hallé más que las huellas de mis pies en el polvo. ¿Qué se había resquebrajado?,  todavia retumbaba ese quiebre en mi timpano. 

Temí por un momento pisar esquirlas de vidrios, temí por un momento cortar mi piel desnuda, pero nada pasaba... continuaba dando vueltas en círculos. Y en esa incertidumbre me tomó por sorpresa su presencia. Allí de pie, a unos pocos metros, se encontraba la alegría de mi vida. Sonreí por un instante y al acercarme a su sombra comencé a sentir dolor, el viento me cortaba el aliento y mi piel se erizaba a medida que me acercaba. Mi rostro dio paso a una mueca de dolor, una mueca de extrañez. 

Cuando por fin estuve frente a frente con mi amado, comprendí fríamente y sin ninguna exaltación, que aquella ruptura se había dado en mis adentros, que aquellos pedacitos de vidrio me punzaban el alma y el corazón y que al sangrarme los ojos había descubierto la verdad. 

Por fin podía ver claramente al que creía dueña de mi amor. Un ser despreciable, ordinario y aprovechado jugaba con la sangre que me brotaba de la psiquis. Aquel que había creído perfecto no era más que un estafador, un canalla, un casanova, un indeciso; y fue su falta de carácter lo que me esclareció que era yo una muñeca rota, que en medio de mi proceso de amor, había transformado mis anhelos en veneno y que aquel día mis venas no habían podido contenerlo. 

Era detestable saber que había sentido algo que no fuera odio, era fastidioso verle su cara de arlequín. Por primera vez, en mucho tiempo, había volcado la felicidad en un desgano cultivado silenciosamente por la mentira, la decepción y la frustracción de vivir en el imposible.

Giré silenciosamente y ante su impávida imagen no dudé en huir, aquello a lo que me aferraba era un sentimiento tergiversado, dañado, abrumado, asustado, que por fin había desembocado en lo peor de sí. No se me hizo extraño que él no moviera ni un dedo. Al final, sentí que siempre había sabido que nunca lucharía por mí y yo, casi desangrada, corrí. 

Decidí conservar lo poco que me quedaba entero, una insensatez vagabunda que me invitaba a replantear mi forma de sentir. Una muñeca rota no podía amar a un cascanueces de una manera tan suicida. Una muñeca rota no servía para el amor... ni siquiera servía para el juego. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares