Una inconsciencia llena de intención

Se conocieron por casualidad, cosas del destino, él no tuvo que trabajar, ella quiso ir a clase, él dio una charla en esa clase.

Sus ojos se encontraron con los de ella, a distancia se vislumbraban claros con una leve línea natural que los resaltaba, una mirada un poco inquietante y algo misteriosa. La miraba fijamente sin importar que los allí presentes pudieran notarlo.

Le sembró la duda, germinó una posibilidad, nada concreto.

Un leve acercamiento al finalizar la sesión, intercambio de datos, un café casual. Un camino de dos opciones, olvidarse o acercarse, virtualmente, la única posibilidad.

Una decisión, algunas palabras intercambiadas, saludos, cuentos, música y algunas preguntas casuales. Una salida pendiente, una salida trucada por el licor, un café de compensación, un tinto negro en son de paz por la llegada tarde.

Relaciones, el qué, cómo, cuándo y porqué, el tema fuerte de conversación, introspectivas, opiniones… ¿qué más da? El extraño es fuente y receptor de honestidad… no hay nada que perder, nada que ganar, la sinceridad a flor de piel es la belleza de conocer gente, sin segundas intenciones, solo el aquí y ahora.

Algunas risitas coquetas, chistes sobre la edad, ¿edad?, él mayor que ella… ¿qué pensaría al respecto? Un misterio, pero ¿qué más da? No importa, allí están.

Una velada amenizada por cebada, cerveza artesanal, un pico que no para de hablar y una mirada inquisidora, ¿la analiza? Es probable… ¿ella habla mucho? En efecto lo hace. Interrumpe el monologo para interrogar la comodidad de su interlocutor, no está aburrido, es lo importante.

“Vamos a bailar”, resuena en el paraíso, salsa es lo que buscan y lo saben, porque “sin salsa no hay sabores, no hay ritmo ni guaguancó, sin guaracha no hay gozadera, no hay bolero sin amor”. Un lugar cercano, el escogido. Lleva nombre de animal, una fiera que ruge en los corazones de los asistentes, la rumba está puesta, la fiesta dispuesta y que se venga lo que se venga.

Bebida, baile, sonrisas y un ligero tumbado que se entremezcla, se van juntando poquito a poco, van sudando uno con el otro. ¿Qué quiere él? ¿Qué quiere ella? Hay timidez, sobrecargada de un extrovertido comportar, no hay porque tener pena, lo saben, lo entienden… ¿quién dará el primer paso? Las cartas sobre la mesa, la mano en la cintura, los labios cerquita y las ganas en la punta de la lengua.

Finalmente rozan labio con labio, se emocionan las ganas, se besan. Rico, suave, con ligeros condimentos de mordiscos, una dosis de babas excitantes, ella se ruboriza, él se siente contento. Hay una burbuja, la disco está repleta, pero ellos son los únicos en el lugar, no importa el bartender, los dj’s con cara de aburridos ni las grillas que con sus bocas de pato intentan conquistar al galán de vereda.

Es ella y es él, son ellos nada más. Abandonan el lugar, una propuesta decente, una invitación a dormir. Víveres que no sobran, merienda de soltero, atún y galletas y un saludable hombre en la calle que los quiere acompañar. Huyen muertos de la risa, llegan a su destino, un pequeño aparta  estudio, una compañía inigualable y una linda voz que sale de una guitarra, acompañada por los acordes de su garganta, él le canta.

Son susurros, la melodía, su expresión, el romanticismo impregnado en cada oración. Ella se siente halagada, son composiciones de él, es la intimidad de una complicidad, un extraño con una extraña, un silencio de miradas.

Sin más ella se entrega a sus brazos, como un rompecabezas sus cuerpos encajan, su torso es cálido, sus manos la abrazan, su espalda es su almohada, los besos sus gracias. Los ojos brillan en la oscuridad, no hay necesidad de palabras, se quieren, se desean, reacciones químicas por segundo, el arte de contemplar, ella lo contempla, desde la forma de su barba hasta sus gruesos labios, sus negras pestañas y sus ojos claros. Él la acaricia, con ternura, con cariño, pasa sus manos sobre sus nalgas, la apretuja, quiere sentirla, quiere mimarla.

No quieren dormir, es la magia del momento, dos extraños sintiéndose en confianza, ¿será que se conocieron en vidas pasadas? Ambos en ropa interior, se sienten desnudos, bajan la guardia, las posiciones defensivas no tienen cabida en ese espacio, son dos, casi uno en una burbuja en una semicama.

Duermen amparados, ¿y qué tal que fuera un asesino? Sería el homicida más hermoso del mundo y ella podría jactarse en el cielo lo feliz que fueron sus últimos momentos. Se siente segura y él lo sabe, ambos sonríen mucho, amanecen juntos, se observan mucho, ‘Buenos días, me gustas, me encantas, guapa, bombón’, él repite estás palabras una y otra y otra vez, ella no puede contener la risa, la sonrisa no alcanza, la alegría se desborda, es eso, el aquí y ahora, es él ahí y en ese instante, no importa el resto del mundo, sus padres, su primo recién llegado del extranjero o el marco teórico que tenía que haber empezado días antes, es feliz aunque no sabe si él lo viva igual, parece serlo y eso la complace.

Siguen arrunchados, charlan alegremente, pero es hora de partir, la pancita ruge de hambre y el deber llama, ninguno sabe qué sigue o seguirá después, solo tienen ese momento que efímeramente fue eterno, eterno en el amor, en el romance y en las cosas que tal vez vuelvan o no a suceder.


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