Un sueño de tarde lluviosa


Hay cosas que uno jamás llega a poder explicar en la vida, y tal vez lo que sucedió en aquel trayecto, tan común a cualquier otro en la ciudad, jamás tendrá una explicación en el plano físico, tal vez en sueños o cualquier otra irrealidad aparente.

Era viernes 7 de Febrero, cuando salía de la Universidad del Rosario, donde curso mi último semestre en periodismo, hacia un poco de frío, el cielo estaba nublado y la lluvia era una gran posibilidad. A eso de las  3 de la tarde después de una buena tertulia con pizza y gaseosa y después de haberme asegurado de algunas indicaciones para llegar a mi nuevo hogar cerca al Salitre plaza, salí caminando en medio de grandes charcos que se aglomeraban unos con otros formando pequeños riachuelos, donde los carros navegaban dificultosamente.  Para mi suerte tenía un paraguas, así que con un poco de esfuerzo lo puse boca arriba y subí mis pies en las varillas, por fortuna sostuvo mi peso y surcando entre las corrientes llegué a la carrera 10.

Un gran bus que hacía las veces de submarino, algo así como un híbrido, pasó con la ruta que necesitaba, así que lo tomé sin pensarlo. Adentro las personas parecían alcachofas, aunque uno parecía un pez globo por lo hinchado, tomé asiento y con la ropa emparamada, rebusque en mi mochila para encontrar una prenda que estuviera seca, así fue, encontré un camibuso que reemplacé por la roja chamarra que llevaba puesta.

Era la primera vez que tomaba ese transporte y, debido a la lluvia y el agua, la visión era borrosa, así que con mayor razón ponía atención a las calles. Las cosas flotaban, el vagabundo en una caja de cartón, el perro en el sombrero de una señora, y muchos niños haciendo snorking, mientras perdían sus chancletas Evacol por doquier. La gran ballena iba nadando sin problemas, a pesar del tráfico tenía un buen paso. La inundación se extendía, las terrazas y los helipuertos ya habían sido cubiertos por el agua. No se había visto una inundación así desde 1492 cuando Colón descubrió América y ahogó a millones de personas en un charco color rojizo. Yo me hallaba perpleja ante la situación, parecía un sueño, era gracioso ver como las personas se encontraban preparadas para el acontecimiento, unos tenían agallas de tiburón y mordisqueaban a cualquier sardina que pasará por ahí, mientras otros hacían la de las tortugas, subían hasta el tope, tomaban aire y seguían nadando. En ese momento pensé seriamente en mi casa, no sabía si la alarma anti inundaciones se había activado para armar el dispositivo de defensa, un frío me recorrió la espalda. De ser así, el televisor andaría flotando y ni qué decir del perro, quien no tendría escapatoria por haber dejado las ventanas cerradas. Era un cuadro horrible, debía llegar lo más pronto, la incertidumbre me carcomía la cabeza y ni hablar de los vecinos, siempre dejaban a sus hijos solos, aunque había escuchado que tenían un bote en casa, de esos que usan para vacacionar y que el resto del año solo hace estorbo, pero… Qué tal si se repitiera la historia de esos niños que se ahogaron con luz, esa que había relatado Gabo. ¡Dios mio! Ya tenía dos motivaciones para correr a mi hogar.

Tanto había divagado que no me había fijado en que la ballena se había detenido, había un trancón de kilos porque la llovizna había removido bastante tierra, arrastrando a la calle un galeón perdido de esos que hundió el pirata Francis Drake y que nunca había podido recuperarse hasta ahora. Estaba impaciente, así que tomé de un cajoncito del bus una careta, y un tanque de oxígeno. Sabía que la ropa que llevaba no me iba a colaborar pero no me quedaba de otra, ajuste mis botas lo más que pude, hice una bolita con los sacos dentro de la maleta y metí el celular y algunos billetes en una de esas bolsas que venden para que no se mojen las cosas. Una vez lista, le señalé al conductor la parada, este abrió la compuerta, y me encontré entre ésta y la puerta que daba a la calle, al fin y al cabo debían mantener el interior seco y esa era la única posibilidad. Me pregunté en ese momento el por qué nunca había visto uno de esos vehículos antes, que más que medio de transporte parecía un animal con interior viscoso y exterior liso.

Me bajé de inmediato, en la carrera 59 y debía ir a la 69, pero con la inundación el tiempo de llegada se duplitricuadriplicaba. Las botas se pusieron pesadas y la ropa ni que hablar, intenté caminar pero era casi imposible, si seguía así el tanque de oxígeno no iba a durar, me sentía más que frustrada.

En esas pasó una banda de delfines, jamás los había visto tan cerca, eran majestuosos, juguetones, inteligentes, eran simplemente mágicos. Estaba tan absorta que mi boca se abrió de par en par, tragando una gran cantidad de agua dulce, agradecí que no fuera salada, pero mi garganta se cerró por unos minutos y me sentí morir.
Los delfines se apiadaron de mí, no era más que una niña, y a fin de cuentas mi propósito a corto plazo era salvar una especie animal, aunque para mí era como un hijo, un hermano y un amor de por vida. Me llevaron arrastrada hasta una secuencia de árboles, donde podría impulsarme mucho más fácil. Yo, sinceramente, no supe como despedirme de éstos agraciados mamíferos, más que con el pulgar hacia arriba.

Allí continúe, cual Tarzan de la selva, nadando entre ramas de árboles. Por fin divisé el centro comercial Salitre Plaza. Era nadar unos metros y ya llegaría al apartamento. Me apresuré pero en esas pasó un cardumen de sardinas, asustadas por los hombres tiburón, quienes me arrastraron bruscamente, haciendo que perdiera una bota y me cortará con un vidrio roto. El hilillo de sangre se extendió hasta llegar a las narices de algunos depredadores. No era necesario verlos para sentirlos cerca, sigilosos, regocijándose en su olfato, ansiando el sabor. Nade aún más rápido, me había cortado en la planta del pie y me dolía con cada patada que daba, pero el miedo me helaba la sangre y mi cerebro solo pensaba en movimiento. No quedaba mucho oxígeno, los músculos estaban resentidos, no daban mucho más. La respiración comenzaba a entrecortarse cuando sentí el primer aletazo, la fuerza del mismo me empujo contra una pared de color blanco. El golpe me abrió una pequeña herida en la frente, estaba más que aturdida y el oxígeno ya llegaba a cero. Retomé conciencia para encontrarme frente a un gran tiburón de ojos pequeños y grandes dientes, uno tras otro, en hileras, solo esperaba el momento para dar el mordisco adecuado, mi ser dejaría de existir en contados momentos.

Cerré los ojos y comencé a rezar (eso que hace uno cuando se siente perdido a pesar de no hacer méritos para dichos favores) cuando el agua comenzó a moverse, era una especie de corriente que arrastraba cualquier cosa. Con la fuerza que me restaba me amarré a un pequeño árbol con el tubo del oxígeno. El agua se arremolinaba, yo no entendía que sucedía, el tiburón solo se movía intentando escapar, parecía pedir auxilio, se veía tan indefenso, a pesar de que hacia algunos instantes su naturaleza le empujara en mi contra.

El nivel del agua comenzó a descender, la presión se hacía insoportable y ya no había como respirar, el cerebro se ahogaba con todos mis sentidos, sentía la desesperación de mi cuerpo que intentaba salvarse sin lograrlo. Mi visión se nubló al tiempo que sentía el aire en mi cabeza, me desmayé justo en el momento en que dos niños y un perro, montados en un bote, me rescataban. 

Comentarios

  1. Tus letras, raras, llenas de adjetivos confusos a situaciones normales, enamoran. Me gustó.

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