Vestigios de la época
El tren ríe despacio, mientras su sombra merodea los pasillos de la estación. Pasivamente observa a los transeúntes, presurosos, y afanados mientras ella lentamente da pequeños pasos, con su pelo enmarañado y su vestido blanco roto. Llega febrilmente a ese pequeño punto, donde años atrás había una banca de madera, simula tocarla en el espacio, y como por arte de magia se sienta en ella… los años no han pasado, el ropaje de la gente ha cambiado, vestidos elegantes, enaguas, sombreros y corsés conforman el panorama, mientras ella sigue allí inerte, con su cabello arreglado, sus mejillas rosadas y sus guantes de seda. Pero es entonces, cuando oye a la multitud gritar, no sabe si en su cabeza o en la realidad, y asustada gira la mirada para encontrarse lentamente con la persona que más amo en la vida, por ser la misma a la cual se entregaría en cuerpo y alma por medio de una bala… desenfundada de un mango oscuro, de un revolver calibre 38 que portaba, hace 40 años un hombre llamado Miguel Ángel, quien hoy por hoy fuera su desdicha y obsesión y por quien vaga, siendo alma en pena, en aquella estación.
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